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domingo, 15 de mayo de 2022

Humanidades Digitales: Mitos del futuro


Los mitos del futuro

La realidad de las Humanidades Digitales en España y América Latina

La belleza salvará al mundo” afirma Dostoievski en la voz del Príncipe Mychkin, protagonista de su genial novela El idiota. El escritor ruso bien sabía que la indecible belleza del arte y la de las humanidades merece ser celebrada, aunque a veces los preparativos de esa fiesta sean arduos y vayan de la mano de un trabajo intelectual intenso y desgastante.

Por un lado, artes y humanidades han estado históricamente reñidas con el mundo de las ciencias. Su subjetividad las alejó (en apariencia) de las posibilidades del pensamiento científico, más allá de la voluntad academizante del siglo XIX que el XX erigió en las disciplinas universitarias que hoy conocemos. Las Humanidades Digitales, en sus posibilidades de aproximación algorítmica a los objetos de estudio, hacen más fácil la batalla. Por otro lado, a pesar de que están hoy en la agenda de trabajo de una gran parte de las universidades y centros de investigación del mundo (principalmente, norteamericanos y europeos), las Humanidades Digitales pasaron allí desapercibidas para el canon un largo tiempo. Tal vez su la impronta práctica, experimental, que fue la primera que afloró y que se alejaba tanto de la naturaleza especulativa de las artes y las humanidades, no terminó de ser comprendida hasta la completa victoria de la revolución de internet. Así, la cruzada por las Humanidades Digitales no empezó desde el centro de la Academia, se fue colando gradualmente desde los márgenes de diversas disciplinas, entre sus actividades áulicas y de investigación, hasta llegar hoy a ser un mosaico de iniciativas que, de un modo más o menos fundado, interesan a una gran parte de sus miembros.

Un buen caso de estudio de este movimiento de la periferia al centro, que además da cuenta del pasaje de la Humanist Computing a las Digital Humanities sobre el que volveré, es el de su emergencia en la Universidad de Virginia en los Estados Unidos de Norteamérica hace más de veinte años. A mediados de los 90 la Humanist Computing era una tarea que, sin declararse abiertamente en los programas de estudios, muchos profesores e investigadores del área de Humanities and Arts de la Universidad de Virginia ponían en práctica en sus clases y proyectos. Hacia el año 1998 se discutió en el Senate de esa universidad la importancia de la tecnología informática para las Humanidades y si la Humanist Computing podía ser considerada una disciplina universitaria. Todo terminó en la conformación de un seminario permanente en Humanidades Digitales en 2001 y, finalmente, de un Master en Humanidades Digitales dirigido por quien así las bautizó, John Unsworth. De algún modo, y para quienes hablamos español y hemos heredado esta larga tradición –principalmente anglo-americana– de estudios teóricos y prácticos que hacen uso de todas las posibilidades de la tecnología de lo digital para aplicarla a las Humanidades (en su sentido más amplio) y buscan una reflexión crítica que sostenga cabalmente su investigación, es absolutamente relevante que desde ArtyHum, revista científica, independiente y dedicada a las artes y las humanidades, estemos abriendo el campo hispánico con un número dedicado a ellas. De algún modo, como los profesores de la Universidad de Virginia (y de tantas otras), allá por los 90 (y, como veremos, mucho antes también), cuando experimentaban con sus alumnos y fundaban las prácticas que hoy muchos seguimos, estamos colaborando desde aquí con la (re)fundación de las Humanidades Digitales (ahora en español) desde una zona menos academizada pero, no por ello, menos académica y rigurosa. ¿Qué son las Humanidades Digitales? ¿Qué han sido y que podrán ser en un futuro? ¿Pueden ser lo mismo las Humanidades Digitales para los países desarrollados que para los emergentes? ¿Pensamos en términos idénticos alrededor del mundo cuando pensamos en las humanidades? Voy a intentar responder brevemente estas preguntas en las páginas que siguen.

1 Fundación mítica de las humanidades digitales

La primera vez que se pensó en que una máquina podía colaborar con la compresión y funcionamiento de un objeto del mundo de las humanidades se remonta al ya mencionado siglo XIX, esa centuria de grandes datos y voluntad de sistematización. Fue Ada Lovelace, hija de Lord Byron, quien lo comprendió rápidamente. Augusta Ada King, Condesa de Lovelace (1815-1852), matemática, analista metafísica (en sus propias palabras), y escritora, e hija de Lord Byron, es considerada hoy la primera persona que escribió un programa para una máquina, por ello cuenta con un día de celebración (13 de octubre) en el calendario de los programadores. Las notas que escribió para su traducción al inglés de las Notions sur la machine analytique de Charles Babbage, un informe realizado por Luigi Federico Menabrea (1842) sobre las disertaciones del matemático e inventor Charles Babbage, constituyen una perfecta teorización sobre cómo la tecnología computacional puede superar la instancia del pensamiento numérico y, a través de una máquina, aplicarse sobre múltiples objetos. Ada superaría las conclusiones del también matemático Menabrea al comprender que el razonamiento abstracto podía superar al pensamiento matemático y aplicarse al mundo de las Humanidades. En sus notas queda claro que este analytical engine no solo podía predecir respuestas, sino que era capaz de extender su funcionamiento, por ejemplo, a una máquina que, a través de sus algoritmos, trabajase en la composición automática de música: Supposing, for instance, that the fundamental relations of pitched sounds in the science of harmony and of musical composition were susceptible of such expression and adaptations, the engine might compose elaborate and scientific pieces of music of any degree of complexity or extent (Menabrea, 1842, Nota A) (el énfasis es mío). [Suponiendo, por ejemplo, que las relaciones fundamentales de los sonidos de cada tono en la ciencia de la armonía y de la composición musical fuesen susceptibles de dicha expresión y adaptaciones, el motor (analítico) podría componer piezas musicales elaboradas y científicas de cualquier grado de complejidad o extensión] (traducción de la autora).

Desconociéndolo, un siglo después, hacia 1949, un joven jesuita recientemente doctorado, el Padre Roberto Busa, suguió intuitivamente este legado. Con el fin de sistematizar la cuantiosa y heterogénea información que había trabajado en su tesis doctoral sobre los textos de Santo Tomás de Aquino, comenzó a pensar en un lematizador –que hoy puede verse en Index Thomisticus– con informáticos de IBM, quienes asimismo colaboraban, para ese momento, con una máquina que perseguía la traducción automática, la Machine Translation. Cabe destacar que el proyecto del que hoy es considerado el padre de las Humanidades Digitales, sigue activo (tal y como es esperable para un proyecto en Humanidades Digitales), fue elaborado en una primera fase en tarjetas perforadas (ya conocidas por Babbage), luego indexado en CD-Rom y, con posterioridad, digitalmente.


Podríamos clausurar esta época de mitos para las Humanidades Digitales, que unen música, lingüística y lengua, acercándolas a la educación y a la lectura, y trayéndolas además a España. El año pasado la Fundación Telefónica rescató del olvido con una maravillosa exposición a una maestra de escuela ferrolense y genial inventora, Ángela Ruiz Robles. Doña Angelita fue una gran precursora del libro digital y la lectura interactiva. Esta maestra gallega entendía asimismo que sus alumnos cargaban con demasiados libros y que pasaban demasiadas horas en clase pegados a estos. Movida por fines pedagógicos únicos y hasta casi inauditos para el momento (1960, momento en el que, como veremos en el próximo apartado, estaba surgiendo la Humanist Computing), construyó lo que dio en llamar enciclopedia mecánica. En un formato laptop vertical este libro de metal y cartón –que fue uno de sus tantos libros mecánicos– permitía que los niños en edad escolar interactuaran con él más allá de la simple lectura o el ejercicio escolar, activando, mediante pulsadores o botones, distintos textos.

Estos tres hitos que traigo casi antojadizamente (podría elegir muchos otros) para acercarnos a esta etapa fundacional y mítica de las Humanidades Digitales sirven como pequeña pincelada de los comienzos en la relación de los humanos y las máquinas desde lo humanístico. Máquinas para pensar las Humanidades. Sin las máquinas, las Humanidades Digitales no existen. Sin un pensamiento humanístico extendido, ese que no clausura sus miras cerrándose a una única disciplina, tampoco.

2.- Actualidad de las humanidades digitales

Desde un acercamiento diacrónico y léxico, podríamos decir que Humanist computing es el término-origen de las actuales Humanidades Digitales. Modelado en el congreso de 1965 en la Universidad de Yale titulado, a modo interrogativo, Computers for the Humanities?, se erigió (ya aseverativamente) en disciplina en la primera revista académica sobre el tema, Computers and the Humanities. La revista, fundada por Joseph Raben un año más tarde, también en los Estados Unidos de Norteamérica, apenas suspendió su publicación en 2004. Como sabemos, en los últimos diez años se asistió a una progresiva modificación en el campo de aplicación del término Humanities Computing en búsqueda de una redefinición más allá de una práctica centrada en la informática aplicada a las Humanidades, y en pos de dar cuenta de otro conjunto de actividades que paralelemente venía desarrollándose, permtiendo así a las humanidades reflexionar/reflejarse en lo digital (Digital Humanities).

Este gráfico, tomado del Facebook personal del analista cultural, Lev Manovich, da buena cuenta de cómo Digital Humanities (en azul) fue ganando terreno a Humanist Computing (en rojo) hasta vencerla en los últimos años: Si bien para muchos la Informática Humanística es uno de los modos en los que se materializan las Humanidades Digitales, algunos como David Berry, editor de Understanding Digital Humanities (2012), aboga porque estas no solo se enfoquen en la construcción de objetos o la descripción de prácticas, sino que se concentren en el computational turn (siguiendo la idea de giro lingüístico de Wittgenstein o Rorty) que subyace al medio digital, otros como Matthew Kirschenbaum dejan ese momento fundacional en manos del marketing y un título promisorio para las buenas ventas de un libro. En su gran artículo What is Digital Humanities and what it is doing in te English Departments? Kirschenbaum señala que fue John Unsworth, uno de los editores del seminal libro A Companion to Digital Humanities (2004), quien decidió denominarlas así cuando llegó el momento de ponerle título al volumen … ( La realidad de las Humanidades Digitales en España y América Latina ARTYHUM REVISTA DIGITAL DE ARTES Y HUMANIDADES. -Gimena Del Río Riande Editada por ArtyHum, Vigo. Fundada en mayo de 2014. Monográfico de Noviembre de 2015)https://www.artyhum.com

Presos en Cavernas digitales

Planteos del filósofo coreano en su último libro, "Infocracia"

Byung-Chul Han: "Hoy vivimos presos en una caverna digital"

El autor de La sociedad del cansancio expone en su nuevo trabajo el modo en que el "régimen de la información" ha sustituido al "régimen disciplinario". Han señala que la gran hazaña de la infocracia es haber inducido en sus consumidores/productores una falsa percepción de libertad. Y concluye: "El intento de combatir la infodemia con la verdad está condenado al fracaso. Es resistente a la verdad".

Byung-Chul Han es un portador sano del cuadro social y comunicacional que expone su obra: sus libros son breves, de consumo rápido, transparentes. Cada uno de ellos propone apenas un puñado de conceptos, fácilmente reductibles a una frase-slogan que fluye a través de las redes sociales y sirve de "comodín" para reforzar opiniones de diversa índole. Su gran aporte al pensamiento de las últimas décadas seguramente haya sido su análisis del individuo autoexplotado, nuevo sujeto histórico del capitalismo. Pero más allá de esta idea-fuerza, el principal mérito del filósofo coreano es haber captado la "atmósfera" de esta época para después traducirla a textos en los que un ciudadano común con cierta sensibilidad -política, cultural, gremial- se siente reflejado.

En su último libro, Infocracia, recientemente publicado por el sello Taurus, Han indaga en el modo en que el "régimen de la información" ha sustituido al "régimen disciplinario". De la explotación de cuerpos y energías tan bien analizada en su momento por Michel Foucault se ha pasado a la explotación de los datos. Hoy la señal de detentación de poder no está vinculada con la posesión de los medios de producción sino con el acceso a la información, que se utiliza para la vigilancia psicopolítica y el pronóstico del comportamiento individual.

En su exposición genealógica, Han describe la declinación de aquel modelo de sociedad diseccionado por el autor de Vigilar y castigar, y encuentra puentes con otros autores del siglo XX como Hannah Arendt, de quien rescata ciertos enfoques sobre el totalitarismo. Han dice que hoy estamos sometidos a un totalitarismo de nuevo cuño. El vector no es el relato ideológico sino la operación algorítmica que lo sostiene.

El filósofo rodea los temas que ya había expuesto en otros trabajos (la compulsión hacia el "rendimiento" que describió en La sociedad del cansancio; la aparición de un habitante voluntario del panóptico digital, plasmado en La sociedad de la transparencia; el acomodamiento al imperativo del "like" como analgésico del presente tratado en La sociedad paliativa ) y pone el foco en el cambio estructural de la esfera pública, atravesada por la indignación digital, que debilita lo que alguna vez entendimos como democracia. 

Han sostiene que en esta sociedad marcada por el dataísmo, lo que se produce es una "crisis de la verdad". Escribe: "este nuevo nihilismo no supone que la mentira se haga pasar por verdad o que la verdad sea difamada como mentira. Más bien socava la distinción entre verdad y mentira". Donald Trump, un político que funciona como si fuera él mismo un algoritmo y solo se guía por las reacciones del público expresadas en las redes sociales, no es, en ese sentido, el clásico mentiroso que tergiversa deliberadamente las cosas. "Más bien es indiferente a la verdad de los hechos", señala el filósofo. Esta indiferenciación, sigue Han, supone un riesgo mayor para la verdad que el instaurado por el mentiroso.

El pensador coreano diferencia los tiempos actuales de aquellos no tan lejanos en que dominaba la televisión. Define a la TV como un "reino de apariencias", pero no como "fábrica de fake news". Señala que la telecracia "degradaba las campañas electorales hasta convertirlas en guerras de escenificaciones mediáticas. El discurso era sustituido por un show para el público". En la infocracia, por el contrario, las disputas políticas no degeneran en un espectáculo sino en una "guerra de información".

Porque también las noticias falsas son, ante todo, información. Y se sabe que "la información corre más que la verdad". Por eso, concluye con el pesimismo que le es característico: "El intento de combatir la infodemia con la verdad está, pues, condenado al fracaso. Es resistente a la verdad".

Define la situación actual con una frase-slogan de esas que tanto le gustan al autor de No-cosas: "La verdad se desintegra en polvo informativo arrastrado por el viento digital". 

Pero, ¿cómo es esta víctima arrastrada por el viento digital? ¿Cómo se comporta? "El sujeto del régimen de la información no es dócil ni obediente. Más bien se cree libre, auténtico y creativo. Se produce y se realiza a sí mismo". Este sujeto --que en el actual sistema también se realiza como objeto- es simultáneamente víctima y victimario. En ambos casos el arma utilizada es el smart phone. 

A través de esta herramienta los medios digitales han puesto fin a la era del hombre-masa. "El habitante del mundo digitalizado ya no es ese 'nadie'. Más bien es alguien con un perfil, mientras que en la era de las masas solo los delincuentes tenían un perfil. El régimen de la información se apodera de los individuos mediante la elaboración de perfiles de comportamiento".

La gran hazaña de la infocracia es haber inducido en sus consumidores/productores una falsa percepción de libertad. La paradoja es que "las personas están atrapadas en la información. Ellas mismas se colocan los grilletes al comunicar y producir información. La prisión digital es transparente". Es precisamente esa sensación de libertad la que asegura la dominación. Actualiza, por último, el mito platónico: "Hoy vivimos presos en una caverna digital aunque creamos que estamos en libertad".

Una revolución en los comportamientos que excluye toda posibilidad de revolución política. Dice Han: "En la prisión digital como zona de bienestar inteligente no hay resistencia al régimen imperante. El like excluye toda revolución".

En tiempos de microtargeting electoral se produce, de todos modos, un fenómeno paradojal: la tribalización de la red. Intereses segmentados que se expresan a través de discursos previamente diseñados y que van erosionando lo que Jürgen Habermas había definido teóricamente como "acción comunicativa". "La comunicación digital como comunicación sin comunidad destruye la política basada en escuchar", escribe Han, quien destaca que en el viejo proceso discursivo los argumentos podían "mejorarse", en tanto ahora, guiados por operaciones algorítmicas, apenas se "optimizan" en función del resultado que se busca.

Es la derecha la que más capitaliza este fenómeno de tribalización de la red, asegura el filósofo, porque en esa franja es mayor la demanda de "identidad del mundo vital". En una sociedad desintegrada en "irreconciliables identidades sin alteridad", la representación, que por definición genera una distancia, se ve sustituida por la participación directa. "La democracia digital en tiempo real es una democracia presencial", que pasa por alto su ámbito natural de representación: el espacio público. Así se llega a una "dictadura tribalista de opinión e identidad".

El sujeto autoexplotado de la sociedad del cansancio, el habitante voluntario de la sociedad transparente, el individuo que se entrega a la sociedad paliativa, también se somete, concluye Han, a la fórmula del régimen de la información: "nos comunicamos hasta morir". (Fernando D'Addario, Pagina 12)

Desmitificando mitos

Margarita Labarca Goddard, desde Cuba en “Pressenza”

UNA VECINA

Me acuerdo de mi vecina Caridad, una mujer muy guapa y muy simpática, casada con un obrero del matadero, que me decía: “Margarita, yo esto lo defiendo hasta con las uñas. Porque si no fuera por la revolución, mis hijas serían empleadas domésticas como lo fui yo, o quizás serían prostitutas”. Ella tenía dos hijas muy lindas, una era médico y la otra estudiante de economía.

Pero Caridad no trabajaba porque el marido no la dejaba. En aquella época, por el año 75, el machismo todavía campeaba en Cuba. El hombre llegaba del trabajo, se sentaba y gritaba «Vieja, la comida». Y Caridad tenía que correr a atenderlo. Pero ella sabía que a sus hijas no iba a pasarles lo mismo, y así ha sido.

LA TRADUCTORA

Los cubanos hablan el castellano tan mal –se comen la mitad de las palabras- que uno supone que no pueden hablar bien ningún idioma. Pues no es así.

Yo trabajaba en el Comité Estatal de Trabajo y Seguridad Social, al que llamábamos simplemente «El Ministerio»
 

A veces invitaban a un soviético a que nos diera una conferencia en ruso sobre temas laborales o lo que fuera. Y había una compañera –Marta- que trabajaba ahí mismo en nuestro ministerio, que hacía la traducción simultánea. Traducía tan rápido y tan bien, improvisando -ya saben que la traducción simultánea es muy difícil- que parecía que iba más adelante que el soviético, que lo iba correteando, que el discurso se lo estaba inventando ella.

Pero por supuesto que no era así, porque varios de los oyentes entendían ruso. Cinco idiomas había aprendido esta compañera en Cuba, sin tener que viajar a ninguna parte. Además, Marta dirigía nuestro sindicato.

LA ASESORA SOVIÉTICA

En el ministerio había varios asesores soviéticos que nadie sabía muy bien qué hacían y yo sospecho que nada muy importante.

Pues una de ellos era una muchacha joven –nunca supe su especialidad- preciosa, una rubia despampanante que parecía una actriz de cine. Se llamaba Irina. Pero cuando esta chica caminaba por un ancho pasillo todo el mundo se alejaba. Cuando iba a tomar el ascensor, todos le daban la pasada y lo tomaba ella sola. Irina tenía la virtud de producir el vacío a su alrededor. ¿Y a qué se debía este extraño fenómeno? Había una razón muy clara, pero nadie se la decía.

¿Dejamos el misterio hasta aquí?

Pues no, eso no está permitido.

Es que Irina no usaba desodorante. Tenía un olor a traspiración tan fuerte, que impregnaba muchos metros a la redonda. Todos le huíamos. Pobrecilla, se habrá preguntado a qué se debía este rechazo y nunca nadie se atrevió a decirle nada.

NANCY, NUESTRA SECRETARIA

Nancy, una rubia de ojos verdes pero bastante pasada de peso, escribía en una máquina mecánica. Todavía no existían máquinas eléctricas o en Cuba no las había. Y Nancy escribía con papeles de calco –tampoco había fotocopias- de modo que si uno viajaba, lo único que ella encargaba eran esos papelitos blancos embadurnados de tiza. Quizás los jóvenes no sepan de qué estoy hablando, pero los mayores me entenderán. Y otra cosa: se escribía con lápiz de grafito por los dos lados de la hoja. Todos los útiles de escritorio eran muy escasos, allí aprendí a ahorrar.

Además, el marido de Nancy que era militante del Partido, no la dejaba ir a reuniones del sindicato, porque era celoso. Pues en la Cuba de los años 70 subsistían costumbres muy antiguas, a veces uno se sentía en la España del siglo XIX. Curioso ¿verdad? Pero así era en muchos aspectos. Será porque ellos tenían a España muy cerca, se habían independizado prácticamente cien años después que el resto de Latinoamérica.

Nancy era también la jefa de la Milicia del Ministerio. Un día llegó un oficio que decía que todo trabajador que se quedara en la oficina fuera de las horas de trabajo, tenía que advertírselo a la Milicia por escrito. ¿Cuál era la razón? No tengo idea.

Era día sábado. Yo estaba sentada momentáneamente cerca de Nancy, a la entrada del Ministerio porque había cumplido mi turno de esa noche. Entonces aparece Francisco (Panchito), uno de los tres Viceministros que había en el Ministerio, acompañado de unos franceses.

Intenta subir a su oficina y Nancy busca en los papeles que tenía encima del escritorio y le dice

-No tengo ningún oficio tuyo.

Bueno, Nancy, pero me conoces ¿no?

-Sí, pero no hay oficio. Además vas con personas extrañas.

¿Acaso soy un saboteador, voy a poner una bomba? Las personas extrañas son el Ministro del Trabajo de Francia y sus acompañantes.

La discusión siguió mucho rato, pero Nancy fue inflexible y Panchito se tuvo que ir furioso y avergonzado, con sus invitados franceses.

Yo, para mis adentros, pensaba: Esto es absurdo, mañana se va a armar tremendo escándalo. Pobre Nancy.

Al otro día, la Dirección Máxima de la Milicia felicitó a Nancy por su conducta revolucionaria ejemplar.

En los orígenes, el mito

Alejandro Grimson es doctor en Antropología y, desde hace años, se ocupa de bucear en las profundidades de las culturas políticas y en la construcción de las identidades nacionales, en especial la de diversos países de América Latina como Argentina y Brasil. Emilio Tenti Fanfani, por su parte, es un reconocido investigador que desde hace décadas indaga en la sociología de la educación. Esta corriente de pensamiento procura analizar los fenómenos educativos en su dimensión social y desde una mirada interdisciplinaria que se nutre de los aportes de la Psicología, la Economía y la Pedagogía, entre otras.

Un trabajo efectuado por ambos es Mitomanías de la educación argentina. Crítica de las frases hechas, las medias verdades y las soluciones mágicas. Aprovechando el resonante éxito de Mitomanías argentinas. Cómo hablamos de nosotros mismos, escrito tiempo antes por el mismo Grimson, este trabajo en coautoría se propone –y logra con creces– discutir con aquellas visiones que idealizan la escuela sarmientina creada a fines del siglo XIX, a la par del proceso formador del Estado.

Los investigadores discuten con esa mirada, cargada de nostalgia, sobre ciertos mitos fundantes de la educación argentina que tienen alta aceptación en la sociedad. Nostalgia impregnada de conservadurismo y que añora una supuesta época de oro en la cual los sectores populares no tenían cabida en niveles educativos como el secundario. Esos mitos tienen que ver con supuestos rasgos de la educación reconocidos por la mayor parte de los argentinos, que se creen habilitados para hablar con autoridad del tema por el solo hecho de haber transitado la escuela en algún momento de sus vidas. De este modo, circulan de manera prolífica y de boca en boca frases que construyen estereotipos que se manifiestan como verdades reveladas e incuestionables sobre todos los componentes de la comunidad educativa: los docentes, los alumnos, los padres, los sindicatos docentes y las autoridades encargadas de implementar políticas educativas.

Como demuestran Grimson y Tenti Fanfani, se trata de lugares comunes que implican análisis simplistas y no dejan lugar para posturas intermedias. Los escuchamos repetidamente en medios de comunicación, en los salones de clase, en las salas de profesores, en el colectivo, en las colas del banco y del supermercado, en las reuniones de padres, en la sobremesa del domingo o en la charla de café. Su popularidad estriba en que son mitos amplios y parecen darle a la escuela el ambivalente lugar de fuente de todos nuestros pesares y de institución sagrada que explica nuestras virtudes.


Los mitos indagados son numerosos, pero tienen una raíz común: la mayoría busca culpables de nuestra supuesta decadencia presente en el plano educativo. Con sagacidad y sólidos argumentos, Grimson y Tenti Fanfani dejan en claro que estas representaciones forman parte de una percepción autoconstruida y de gran actualidad. De ese modo, son diversos los mitos que los autores recorren y desestiman, y cada uno de ellos estructura un capítulo. El primero se encuentra de manera transversal en los diez mitos que componen el libro: el de la mencionada decadencia educativa. Los siguientes capítulos están destinados a desentrañar los imaginarios sociales sobre los alumnos y los docentes, en una constante apelación a un pasado superador de las vicisitudes del presente, que nuevamente los autores se ocupan de desestimar. Lo que la escuela debe enseñar es otro tema opinable para vastos sectores sociales, mientras que la idea acerca de cómo debe ser la autoridad escolar también merece un apartado. La disyuntiva entre la educación pública o privada es otro potente clima de época que encuentra su espacio al interior del libro, asociado a la discusión sobre la igualdad que supuestamente existió desde siempre en el sistema educativo argentino. Para concluir, la búsqueda de soluciones mágicas e inverosímiles y las cuestiones vinculadas al financiamiento del sistema y a la Universidad también forman parte del trabajo.

En síntesis, el libro es un interesante aporte que, con un lenguaje ameno y directo, pero sin perder su rigurosidad académica, logra llegar a la mayor cantidad de lectores posible, a fin de desmontar numerosos prejuicios. Sería deseable que el camino abierto por los autores sea continuado por otros investigadores. Sin dudas, se trata de una valiosa contribución que invita a pensar la complejidad de la educación y el futuro de los ciudadanos argentinos, entendiendo que ambas cuestiones están estrechamente entrelazadas.

* Reseñado por Iván Orbuch. Profesor de Historia de la Educación y de Historia de la Educación Física en el Profesorado Universitario en Educación Física de la Universidad Nacional de Hurlingham (UNAHUR). Profesor de Historia General de la Educación en la Universidad de Buenos Aires (UBA). Magister en Ciencias Sociales (FLACSO). Doctorando en Educación (UBA). Autor del libro Peronismo y Educación Física. Políticas públicas entre 1946 y 1955 y de numerosos artículos en revistas internacionales de educación, sociedad y cultura.

El metaverso sea quizá el mayor mito que estemos creando desde que la humanidad inicio la humanización del planeta hace mas de 300 mil años. Solo dentro de 100 lo sabrán quienes nos sucedan.

Daniel Roberto Távora Mac Cormack










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