Los mitos del futuro
La realidad de las Humanidades
Digitales en España y América Latina
“La belleza salvará al mundo”
afirma Dostoievski en la voz del Príncipe Mychkin, protagonista de
su genial novela El idiota. El escritor ruso bien sabía que la
indecible belleza del arte y la de las humanidades merece ser
celebrada, aunque a veces los preparativos de esa fiesta sean arduos
y vayan de la mano de un trabajo intelectual intenso y desgastante.
Por un lado, artes y humanidades
han estado históricamente reñidas con el mundo de las ciencias. Su
subjetividad las alejó (en apariencia) de las posibilidades del
pensamiento científico, más allá de la voluntad academizante del
siglo XIX que el XX erigió en las disciplinas universitarias que hoy
conocemos. Las Humanidades Digitales, en sus posibilidades de
aproximación algorítmica a los objetos de estudio, hacen más fácil
la batalla. Por otro lado, a pesar de que están hoy en la agenda de
trabajo de una gran parte de las universidades y centros de
investigación del mundo (principalmente, norteamericanos y
europeos), las Humanidades Digitales pasaron allí desapercibidas
para el canon un largo tiempo. Tal vez su la impronta práctica,
experimental, que fue la primera que afloró y que se alejaba tanto
de la naturaleza especulativa de las artes y las humanidades, no
terminó de ser comprendida hasta la completa victoria de la
revolución de internet. Así, la cruzada por las Humanidades
Digitales no empezó desde el centro de la Academia, se fue colando
gradualmente desde los márgenes de diversas disciplinas, entre sus
actividades áulicas y de investigación, hasta llegar hoy a ser un
mosaico de iniciativas que, de un modo más o menos fundado,
interesan a una gran parte de sus miembros.
Un buen caso de estudio de este
movimiento de la periferia al centro, que además da cuenta del
pasaje de la Humanist Computing a las Digital Humanities sobre el que
volveré, es el de su emergencia en la Universidad de Virginia en los
Estados Unidos de Norteamérica hace más de veinte años. A
mediados de los 90 la Humanist Computing era una tarea que, sin
declararse abiertamente en los programas de estudios, muchos
profesores e investigadores del área de Humanities and Arts de la
Universidad de Virginia ponían en práctica en sus clases y
proyectos. Hacia el año 1998 se discutió en el Senate de esa
universidad la importancia de la tecnología informática para las
Humanidades y si la Humanist Computing podía ser considerada una
disciplina universitaria. Todo terminó en la conformación de un
seminario permanente en Humanidades Digitales en 2001 y, finalmente,
de un Master en Humanidades Digitales dirigido por quien así las
bautizó, John Unsworth. De algún modo, y para quienes hablamos
español y hemos heredado esta larga tradición –principalmente
anglo-americana– de estudios teóricos y prácticos que hacen uso
de todas las posibilidades de la tecnología de lo digital para
aplicarla a las Humanidades (en su sentido más amplio) y buscan una
reflexión crítica que sostenga cabalmente su investigación, es
absolutamente relevante que desde ArtyHum, revista científica,
independiente y dedicada a las artes y las humanidades, estemos
abriendo el campo hispánico con un número dedicado a ellas. De
algún modo, como los profesores de la Universidad de Virginia (y de
tantas otras), allá por los 90 (y, como veremos, mucho antes
también), cuando experimentaban con sus alumnos y fundaban las
prácticas que hoy muchos seguimos, estamos colaborando desde aquí
con la (re)fundación de las Humanidades Digitales (ahora en español)
desde una zona menos academizada pero, no por ello, menos académica
y rigurosa. ¿Qué son las Humanidades Digitales? ¿Qué han sido y
que podrán ser en un futuro? ¿Pueden ser lo mismo las Humanidades
Digitales para los países desarrollados que para los emergentes?
¿Pensamos en términos idénticos alrededor del mundo cuando
pensamos en las humanidades? Voy a intentar responder brevemente
estas preguntas en las páginas que siguen.
1 Fundación mítica de las
humanidades digitales
La primera vez que se pensó en
que una máquina podía colaborar con la compresión y funcionamiento
de un objeto del mundo de las humanidades se remonta al ya mencionado
siglo XIX, esa centuria de grandes datos y voluntad de
sistematización. Fue Ada Lovelace, hija de Lord Byron, quien lo
comprendió rápidamente. Augusta Ada King, Condesa de Lovelace
(1815-1852), matemática, analista metafísica (en sus propias
palabras), y escritora, e hija de Lord Byron, es considerada hoy la
primera persona que escribió un programa para una máquina, por ello
cuenta con un día de celebración (13 de octubre) en el calendario
de los programadores. Las notas que escribió para su traducción al
inglés de las Notions sur la machine analytique de Charles Babbage,
un informe realizado por Luigi Federico Menabrea (1842) sobre las
disertaciones del matemático e inventor Charles Babbage, constituyen
una perfecta teorización sobre cómo la tecnología computacional
puede superar la instancia del pensamiento numérico y, a través de
una máquina, aplicarse sobre múltiples objetos. Ada superaría las
conclusiones del también matemático Menabrea al comprender que el
razonamiento abstracto podía superar al pensamiento matemático y
aplicarse al mundo de las Humanidades. En sus notas queda claro que
este analytical engine no solo podía predecir respuestas, sino que
era capaz de extender su funcionamiento, por ejemplo, a una máquina
que, a través de sus algoritmos, trabajase en la composición
automática de música: Supposing, for instance, that the fundamental
relations of pitched sounds in the science of harmony and of musical
composition were susceptible of such expression and adaptations, the
engine might compose elaborate and scientific pieces of music of any
degree of complexity or extent (Menabrea, 1842, Nota A) (el énfasis
es mío). [Suponiendo, por ejemplo, que las relaciones fundamentales
de los sonidos de cada tono en la ciencia de la armonía y de la
composición musical fuesen susceptibles de dicha expresión y
adaptaciones, el motor (analítico) podría componer piezas musicales
elaboradas y científicas de cualquier grado de complejidad o
extensión] (traducción de la autora).
Desconociéndolo, un siglo
después, hacia 1949, un joven jesuita recientemente doctorado, el
Padre Roberto Busa, suguió intuitivamente este legado. Con el fin de
sistematizar la cuantiosa y heterogénea información que había
trabajado en su tesis doctoral sobre los textos de Santo Tomás de
Aquino, comenzó a pensar en un lematizador –que hoy puede verse en
Index Thomisticus– con informáticos de IBM, quienes asimismo
colaboraban, para ese momento, con una máquina que perseguía la
traducción automática, la Machine Translation. Cabe destacar que el
proyecto del que hoy es considerado el padre de las Humanidades
Digitales, sigue activo (tal y como es esperable para un proyecto en
Humanidades Digitales), fue elaborado en una primera fase en tarjetas
perforadas (ya conocidas por Babbage), luego indexado en CD-Rom y,
con posterioridad, digitalmente.
Podríamos clausurar esta época
de mitos para las Humanidades Digitales, que unen música,
lingüística y lengua, acercándolas a la educación y a la lectura,
y trayéndolas además a España. El año pasado la Fundación
Telefónica rescató del olvido con una maravillosa exposición a una
maestra de escuela ferrolense y genial inventora, Ángela Ruiz
Robles. Doña Angelita fue una gran precursora del libro digital y la
lectura interactiva. Esta maestra gallega entendía asimismo que sus
alumnos cargaban con demasiados libros y que pasaban demasiadas horas
en clase pegados a estos. Movida por fines pedagógicos únicos y
hasta casi inauditos para el momento (1960, momento en el que, como
veremos en el próximo apartado, estaba surgiendo la Humanist
Computing), construyó lo que dio en llamar enciclopedia mecánica.
En un formato laptop vertical este libro de metal y cartón –que
fue uno de sus tantos libros mecánicos– permitía que los niños
en edad escolar interactuaran con él más allá de la simple lectura
o el ejercicio escolar, activando, mediante pulsadores o botones,
distintos textos.
Estos tres hitos que traigo
casi antojadizamente (podría elegir muchos otros) para acercarnos a
esta etapa fundacional y mítica de las Humanidades Digitales sirven
como pequeña pincelada de los comienzos en la relación de los
humanos y las máquinas desde lo humanístico. Máquinas para pensar
las Humanidades. Sin las máquinas, las Humanidades Digitales no
existen. Sin un pensamiento humanístico extendido, ese que no
clausura sus miras cerrándose a una única disciplina, tampoco.
2.- Actualidad de las humanidades
digitales
Desde
un acercamiento diacrónico y léxico, podríamos decir que Humanist
computing es el término-origen de las actuales Humanidades
Digitales. Modelado en el congreso de 1965 en la Universidad de Yale
titulado, a modo interrogativo, Computers for the Humanities?, se
erigió (ya aseverativamente) en disciplina en la primera revista
académica sobre el tema, Computers and the Humanities. La revista,
fundada por Joseph Raben un año más tarde, también en los Estados
Unidos de Norteamérica, apenas suspendió su publicación en 2004.
Como sabemos, en los últimos diez años se asistió a una progresiva
modificación en el campo de aplicación del término Humanities
Computing en búsqueda de una redefinición más allá de una
práctica centrada en la informática aplicada a las Humanidades, y
en pos de dar cuenta de otro conjunto de actividades que
paralelemente venía desarrollándose, permtiendo así a las
humanidades reflexionar/reflejarse en lo digital (Digital
Humanities).
Este
gráfico, tomado del Facebook personal del analista cultural, Lev
Manovich, da buena cuenta de cómo Digital Humanities (en azul) fue
ganando terreno a Humanist Computing (en rojo) hasta vencerla en los
últimos años: Si bien para muchos la Informática Humanística es
uno de los modos en los que se materializan las Humanidades
Digitales, algunos como David Berry, editor de Understanding Digital
Humanities (2012), aboga porque estas no solo se enfoquen en la
construcción de objetos o la descripción de prácticas, sino que se
concentren en el computational turn (siguiendo la idea de giro
lingüístico de Wittgenstein o Rorty) que subyace al medio digital,
otros como Matthew Kirschenbaum dejan ese momento fundacional en
manos del marketing y un título promisorio para las buenas ventas de
un libro. En su gran artículo What is Digital Humanities and what it
is doing in te English Departments? Kirschenbaum señala que fue
John Unsworth, uno de los editores del seminal libro A Companion to
Digital Humanities (2004), quien decidió denominarlas así cuando
llegó el momento de ponerle título al volumen … ( La realidad de
las Humanidades Digitales en España y América Latina ARTYHUM
REVISTA DIGITAL DE ARTES Y HUMANIDADES. -Gimena Del Río Riande
Editada por ArtyHum, Vigo. Fundada en mayo de 2014. Monográfico de
Noviembre de 2015)https://www.artyhum.com
Presos
en Cavernas digitales
Planteos del filósofo coreano en
su último libro, "Infocracia"
Byung-Chul Han: "Hoy vivimos
presos en una caverna digital"
El autor de La sociedad del
cansancio expone en su nuevo trabajo el modo en que el "régimen
de la información" ha sustituido al "régimen
disciplinario". Han señala que la gran hazaña de la infocracia
es haber inducido en sus consumidores/productores una falsa
percepción de libertad. Y concluye: "El intento de combatir la
infodemia con la verdad está condenado al fracaso. Es resistente a
la verdad".
Byung-Chul Han es un
portador sano del cuadro social y comunicacional que expone su obra:
sus libros son breves, de consumo rápido, transparentes. Cada uno de
ellos propone apenas un puñado de conceptos, fácilmente reductibles
a una frase-slogan que fluye a través de las redes sociales y sirve
de "comodín" para reforzar opiniones de diversa índole.
Su gran aporte al pensamiento de las últimas décadas seguramente
haya sido su análisis del individuo autoexplotado, nuevo sujeto
histórico del capitalismo. Pero más allá de esta idea-fuerza, el
principal mérito del filósofo coreano es haber captado la
"atmósfera" de esta época para después traducirla a
textos en los que un ciudadano común con cierta sensibilidad
-política, cultural, gremial- se siente reflejado.
En su último libro, Infocracia,
recientemente publicado por el sello Taurus, Han indaga en el modo en
que el "régimen de la información" ha sustituido al
"régimen disciplinario". De la explotación de cuerpos y
energías tan bien analizada en su momento por Michel Foucault se ha
pasado a la explotación de los datos. Hoy la señal de detentación
de poder no está vinculada con la posesión de los medios de
producción sino con el acceso a la información, que se utiliza para
la vigilancia psicopolítica y el pronóstico del comportamiento
individual.
En su exposición genealógica,
Han describe la declinación de aquel modelo de sociedad diseccionado
por el autor de Vigilar y castigar, y encuentra puentes con otros
autores del siglo XX como Hannah Arendt, de quien rescata ciertos
enfoques sobre el totalitarismo. Han dice que hoy estamos sometidos a
un totalitarismo de nuevo cuño. El vector no es el relato ideológico
sino la operación algorítmica que lo sostiene.
El filósofo rodea los temas que
ya había expuesto en otros trabajos (la compulsión hacia el
"rendimiento" que describió en La sociedad del
cansancio; la aparición de un habitante voluntario del panóptico
digital, plasmado en La sociedad de la transparencia; el
acomodamiento al imperativo del "like" como analgésico del
presente tratado en La sociedad paliativa ) y pone el foco
en el cambio estructural de la esfera pública, atravesada por la
indignación digital, que debilita lo que alguna vez entendimos como
democracia.
Han sostiene que en esta sociedad
marcada por el dataísmo, lo que se produce es una "crisis de la
verdad". Escribe: "este nuevo nihilismo no supone que
la mentira se haga pasar por verdad o que la verdad sea difamada como
mentira. Más bien socava la distinción entre verdad y
mentira". Donald Trump, un político que funciona como si
fuera él mismo un algoritmo y solo se guía por las reacciones del
público expresadas en las redes sociales, no es, en ese sentido, el
clásico mentiroso que tergiversa deliberadamente las cosas. "Más
bien es indiferente a la verdad de los hechos", señala el
filósofo. Esta indiferenciación, sigue Han, supone un riesgo mayor
para la verdad que el instaurado por el mentiroso.
El pensador coreano diferencia
los tiempos actuales de aquellos no tan lejanos en que dominaba la
televisión. Define a la TV como un "reino de apariencias",
pero no como "fábrica de fake news". Señala que la
telecracia "degradaba las campañas electorales hasta
convertirlas en guerras de escenificaciones mediáticas. El discurso
era sustituido por un show para el público". En la infocracia,
por el contrario, las disputas políticas no degeneran en un
espectáculo sino en una "guerra de información".
Porque también las noticias
falsas son, ante todo, información. Y se sabe que "la
información corre más que la verdad". Por eso, concluye con el
pesimismo que le es característico: "El intento de
combatir la infodemia con la verdad está, pues, condenado al
fracaso. Es resistente a la verdad".
Define la situación actual con
una frase-slogan de esas que tanto le gustan al autor de No-cosas:
"La verdad se desintegra en polvo informativo arrastrado por el
viento digital".
Pero, ¿cómo es esta víctima
arrastrada por el viento digital? ¿Cómo se comporta? "El
sujeto del régimen de la información no es dócil ni obediente. Más
bien se cree libre, auténtico y creativo. Se produce y se realiza a
sí mismo". Este sujeto --que en el actual sistema también se
realiza como objeto- es simultáneamente víctima y victimario. En
ambos casos el arma utilizada es el smart phone.
A través de esta herramienta los
medios digitales han puesto fin a la era del hombre-masa. "El
habitante del mundo digitalizado ya no es ese 'nadie'. Más bien es
alguien con un perfil, mientras que en la era de las masas solo los
delincuentes tenían un perfil. El régimen de la información se
apodera de los individuos mediante la elaboración de perfiles de
comportamiento".
La gran hazaña de la infocracia
es haber inducido en sus consumidores/productores una falsa
percepción de libertad. La paradoja es que "las personas
están atrapadas en la información. Ellas mismas se colocan los
grilletes al comunicar y producir información. La prisión digital
es transparente". Es precisamente esa sensación de libertad la
que asegura la dominación. Actualiza, por último, el mito
platónico: "Hoy vivimos presos en una caverna digital
aunque creamos que estamos en libertad".
Una revolución en los
comportamientos que excluye toda posibilidad de revolución política.
Dice Han: "En la prisión digital como zona de bienestar
inteligente no hay resistencia al régimen imperante. El like excluye
toda revolución".
En tiempos de microtargeting
electoral se produce, de todos modos, un fenómeno paradojal: la
tribalización de la red. Intereses segmentados que se expresan a
través de discursos previamente diseñados y que van erosionando lo
que Jürgen Habermas había definido teóricamente como "acción
comunicativa". "La comunicación digital como comunicación
sin comunidad destruye la política basada en escuchar", escribe
Han, quien destaca que en el viejo proceso discursivo los argumentos
podían "mejorarse", en tanto ahora, guiados por
operaciones algorítmicas, apenas se "optimizan" en función
del resultado que se busca.
Es la derecha la que más
capitaliza este fenómeno de tribalización de la red, asegura el
filósofo, porque en esa franja es mayor la demanda de "identidad
del mundo vital". En una sociedad desintegrada en
"irreconciliables identidades sin alteridad", la
representación, que por definición genera una distancia, se ve
sustituida por la participación directa. "La democracia digital
en tiempo real es una democracia presencial", que pasa por alto
su ámbito natural de representación: el espacio público. Así se
llega a una "dictadura tribalista de opinión e identidad".
El sujeto autoexplotado de la
sociedad del cansancio, el habitante voluntario de la sociedad
transparente, el individuo que se entrega a la sociedad paliativa,
también se somete, concluye Han, a la fórmula del régimen de la
información: "nos comunicamos hasta morir". (Fernando
D'Addario, Pagina 12)
Desmitificando mitos
Margarita Labarca Goddard, desde
Cuba en “Pressenza”
UNA VECINA
Me acuerdo de mi vecina Caridad,
una mujer muy guapa y muy simpática, casada con un obrero del
matadero, que me decía: “Margarita, yo esto lo defiendo hasta con
las uñas. Porque si no fuera por la revolución, mis hijas serían
empleadas domésticas como lo fui yo, o quizás serían prostitutas”.
Ella tenía dos hijas muy lindas, una era médico y la otra
estudiante de economía.
Pero Caridad no trabajaba porque
el marido no la dejaba. En aquella época, por el año 75, el
machismo todavía campeaba en Cuba. El hombre llegaba del trabajo, se
sentaba y gritaba «Vieja, la comida». Y Caridad tenía que correr a
atenderlo. Pero ella sabía que a sus hijas no iba a pasarles lo
mismo, y así ha sido.
LA TRADUCTORA
Los cubanos hablan el castellano
tan mal –se comen la mitad de las palabras- que uno supone que no
pueden hablar bien ningún idioma. Pues no es así.
Yo trabajaba en el Comité
Estatal de Trabajo y Seguridad Social, al que llamábamos simplemente
«El Ministerio»
A veces invitaban a un soviético
a que nos diera una conferencia en ruso sobre temas laborales o lo
que fuera. Y había una compañera –Marta- que trabajaba ahí mismo
en nuestro ministerio, que hacía la traducción simultánea.
Traducía tan rápido y tan bien, improvisando -ya saben que la
traducción simultánea es muy difícil- que parecía que iba más
adelante que el soviético, que lo iba correteando, que el discurso
se lo estaba inventando ella.
Pero por supuesto que no era así,
porque varios de los oyentes entendían ruso. Cinco idiomas había
aprendido esta compañera en Cuba, sin tener que viajar a ninguna
parte. Además, Marta dirigía nuestro sindicato.
LA ASESORA SOVIÉTICA
En el ministerio había varios
asesores soviéticos que nadie sabía muy bien qué hacían y yo
sospecho que nada muy importante.
Pues una de ellos era una
muchacha joven –nunca supe su especialidad- preciosa, una rubia
despampanante que parecía una actriz de cine. Se llamaba Irina. Pero
cuando esta chica caminaba por un ancho pasillo todo el mundo se
alejaba. Cuando iba a tomar el ascensor, todos le daban la pasada y
lo tomaba ella sola. Irina tenía la virtud de producir el vacío a
su alrededor. ¿Y a qué se debía este extraño fenómeno? Había
una razón muy clara, pero nadie se la decía.
¿Dejamos el misterio hasta aquí?
Pues no, eso no está permitido.
Es que Irina no usaba
desodorante. Tenía un olor a traspiración tan fuerte, que
impregnaba muchos metros a la redonda. Todos le huíamos. Pobrecilla,
se habrá preguntado a qué se debía este rechazo y nunca nadie se
atrevió a decirle nada.
NANCY, NUESTRA SECRETARIA
Nancy, una rubia de ojos verdes
pero bastante pasada de peso, escribía en una máquina mecánica.
Todavía no existían máquinas eléctricas o en Cuba no las había.
Y Nancy escribía con papeles de calco –tampoco había fotocopias-
de modo que si uno viajaba, lo único que ella encargaba eran esos
papelitos blancos embadurnados de tiza. Quizás los jóvenes no sepan
de qué estoy hablando, pero los mayores me entenderán. Y otra cosa:
se escribía con lápiz de grafito por los dos lados de la hoja.
Todos los útiles de escritorio eran muy escasos, allí aprendí a
ahorrar.
Además, el marido de Nancy que
era militante del Partido, no la dejaba ir a reuniones del sindicato,
porque era celoso. Pues en la Cuba de los años 70 subsistían
costumbres muy antiguas, a veces uno se sentía en la España del
siglo XIX. Curioso ¿verdad? Pero así era en muchos aspectos. Será
porque ellos tenían a España muy cerca, se habían independizado
prácticamente cien años después que el resto de Latinoamérica.
Nancy era también la jefa de la
Milicia del Ministerio. Un día llegó un oficio que decía que todo
trabajador que se quedara en la oficina fuera de las horas de
trabajo, tenía que advertírselo a la Milicia por escrito. ¿Cuál
era la razón? No tengo idea.
Era día sábado. Yo estaba
sentada momentáneamente cerca de Nancy, a la entrada del Ministerio
porque había cumplido mi turno de esa noche. Entonces aparece
Francisco (Panchito), uno de los tres Viceministros que había en el
Ministerio, acompañado de unos franceses.
Intenta subir a su oficina y
Nancy busca en los papeles que tenía encima del escritorio y le dice
-No tengo ningún oficio tuyo.
– Bueno, Nancy, pero me conoces
¿no?
-Sí, pero no hay oficio. Además
vas con personas extrañas.
– ¿Acaso soy un saboteador,
voy a poner una bomba? Las personas extrañas son el Ministro del
Trabajo de Francia y sus acompañantes.
La discusión siguió mucho rato,
pero Nancy fue inflexible y Panchito se tuvo que ir furioso y
avergonzado, con sus invitados franceses.
Yo, para mis adentros, pensaba:
Esto es absurdo, mañana se va a armar tremendo escándalo. Pobre
Nancy.
Al otro día, la Dirección
Máxima de la Milicia felicitó a Nancy por su conducta
revolucionaria ejemplar.
En los orígenes, el mito
Alejandro
Grimson es
doctor en Antropología y, desde hace años, se ocupa de bucear en
las profundidades de las culturas políticas y en la construcción de
las identidades nacionales, en especial la de diversos países de
América Latina como Argentina y Brasil. Emilio
Tenti Fanfani,
por su parte, es un reconocido investigador que desde hace décadas
indaga en la sociología de la educación. Esta corriente de
pensamiento procura analizar los fenómenos educativos en su
dimensión social y desde una mirada interdisciplinaria que se nutre
de los aportes de la Psicología, la Economía y la Pedagogía, entre
otras.
Un
trabajo efectuado por ambos es Mitomanías
de la educación argentina.
Crítica de las frases hechas, las medias verdades y las soluciones
mágicas. Aprovechando el resonante éxito de Mitomanías argentinas.
Cómo hablamos de nosotros mismos, escrito tiempo antes por el mismo
Grimson, este trabajo en coautoría se propone –y logra con creces–
discutir con aquellas visiones que idealizan la escuela sarmientina
creada a fines del siglo XIX, a la par del proceso formador del
Estado.
Los investigadores discuten con
esa mirada, cargada de nostalgia, sobre ciertos mitos fundantes de la
educación argentina que tienen alta aceptación en la sociedad.
Nostalgia impregnada de conservadurismo y que añora una supuesta
época de oro en la cual los sectores populares no tenían cabida en
niveles educativos como el secundario. Esos mitos tienen que ver con
supuestos rasgos de la educación reconocidos por la mayor parte de
los argentinos, que se creen habilitados para hablar con autoridad
del tema por el solo hecho de haber transitado la escuela en algún
momento de sus vidas. De este modo, circulan de manera prolífica y
de boca en boca frases que construyen estereotipos que se manifiestan
como verdades reveladas e incuestionables sobre todos los componentes
de la comunidad educativa: los docentes, los alumnos, los padres, los
sindicatos docentes y las autoridades encargadas de implementar
políticas educativas.
Como
demuestran Grimson
y
Tenti
Fanfani,
se trata de lugares comunes que implican análisis simplistas y no
dejan lugar para posturas intermedias. Los escuchamos repetidamente
en medios de comunicación, en los salones de clase, en las salas de
profesores, en el colectivo, en las colas del banco y del
supermercado, en las reuniones de padres, en la sobremesa del domingo
o en la charla de café. Su popularidad estriba en que son mitos
amplios y parecen darle a la escuela el ambivalente lugar de fuente
de todos nuestros pesares y de institución sagrada que explica
nuestras virtudes.
Los mitos indagados son
numerosos, pero tienen una raíz común: la mayoría busca culpables
de nuestra supuesta decadencia presente en el plano educativo. Con
sagacidad y sólidos argumentos, Grimson y Tenti Fanfani dejan en
claro que estas representaciones forman parte de una percepción
autoconstruida y de gran actualidad. De ese modo, son diversos los
mitos que los autores recorren y desestiman, y cada uno de ellos
estructura un capítulo. El primero se encuentra de manera
transversal en los diez mitos que componen el libro: el de la
mencionada decadencia educativa. Los siguientes capítulos están
destinados a desentrañar los imaginarios sociales sobre los alumnos
y los docentes, en una constante apelación a un pasado superador de
las vicisitudes del presente, que nuevamente los autores se ocupan de
desestimar. Lo que la escuela debe enseñar es otro tema opinable
para vastos sectores sociales, mientras que la idea acerca de cómo
debe ser la autoridad escolar también merece un apartado. La
disyuntiva entre la educación pública o privada es otro potente
clima de época que encuentra su espacio al interior del libro,
asociado a la discusión sobre la igualdad que supuestamente existió
desde siempre en el sistema educativo argentino. Para concluir, la
búsqueda de soluciones mágicas e inverosímiles y las cuestiones
vinculadas al financiamiento del sistema y a la Universidad también
forman parte del trabajo.
En síntesis, el libro es un
interesante aporte que, con un lenguaje ameno y directo, pero sin
perder su rigurosidad académica, logra llegar a la mayor cantidad de
lectores posible, a fin de desmontar numerosos prejuicios. Sería
deseable que el camino abierto por los autores sea continuado por
otros investigadores. Sin dudas, se trata de una valiosa contribución
que invita a pensar la complejidad de la educación y el futuro de
los ciudadanos argentinos, entendiendo que ambas cuestiones están
estrechamente entrelazadas.
*
Reseñado por Iván
Orbuch.
Profesor de Historia de la Educación y de Historia de la Educación
Física en el Profesorado Universitario en Educación Física de la
Universidad Nacional de Hurlingham (UNAHUR). Profesor de Historia
General de la Educación en la Universidad de Buenos Aires (UBA).
Magister en Ciencias Sociales (FLACSO). Doctorando en Educación
(UBA). Autor del libro Peronismo y Educación Física. Políticas
públicas entre 1946 y 1955 y de numerosos artículos en revistas
internacionales de educación, sociedad y cultura.
El metaverso sea quizá el mayor
mito que estemos creando desde que la humanidad inicio la
humanización del planeta hace mas de 300 mil años. Solo dentro de
100 lo sabrán quienes nos sucedan.
Daniel Roberto Távora Mac
Cormack